sábado, 7 de septiembre de 2013

Libros que hay que leer: Todos los de Eduard von Keyserling.



Eduard von Keyserling, por Lovis Corinth, 1900
Hay autores cuya obra nos atrapa de tal modo que tenemos que leer todo cuanto de ellos caiga en nuestras manos; sobran los ejemplos: Proust, Kafka, Thomas y Klaus MannJoseph Roth, Simenon, Thomas Wolfe… y, gracias a Dios, un largo etcétera… Cuando la estupenda editorial barcelonesa Minúscula publicó en 2004 la novela Olas, de Eduard von Keyserling, yo no había leído nada de él, a pesar de haber visto sus libros por doquier cuando estuve viviendo en Alemania. Esta novela me fascinó: ese ambiente de burguesía decimonónica veraneando al lado del mar… la contraposición entre la "libertad" del artista y el encorsetamiento de las convenciones, el refinamiento con que Kayserling describe las interioridades humanas, su inmensa capacidad para crear atmósferas llenas de vida… 

Más adelante he ido siguiendo lo que se va publicando en español de este autor genial, abanderado de un tiempo tan perdido como el evocado por Marcel Proust en su célebre Á la recherche…


Aprovechando la publicación en castellano de esa extraordinaria novela que es Casas en el crepúsculo y tres obras más, escribí para el suplemento cultural "Babelia" del diario "El País" una reseña dedicada a Keyserling (27 de febrero de 2012). La dejo aquí.

 La elegancia crepuscular de Von Keyserling

La exquisita y cautivadora obra del escritor germano-báltico Eduard von Keyserling (1855-1918) comienza a gozar de cierta presencia en España. La editorial “Minúscula” publicó su estupenda novela “Olas” en 2004, pero ha sido a partir de 2010 cuando otras editoriales —“Nocturna”, “Erasmus” y “Navona”— publicaron títulos tan señeros como Princesas o Aquel sofocante verano. En 2011 han aparecido como en rápida sucesión las novelas Beate y Mareille, Los niños de los bellos días y Casas en el crepúsculo; también, dos relatos “Armonía” y “Nicky”; todo ello muy bien traducido al castellano —y no es fácil traducir a Keyserling.
Elogiado por Thomas Mann y Stefan Zweig como un admirable predecesor, Keyserling fue un autor elegante y crepuscular, de precisa y pulcra escritura, muy descriptiva y sensual. Romántico tardío e impresionista temprano, sus relatos apasionan por su redondez y sutileza. Siguiendo la estela de un Turguéniev, radiografía conflictos matrimoniales típicos de un “mundo de ayer” en el que la pasión, asfixiada por el ocultamiento y la estricta moralidad tomaba de inmediato tintes trágicos.
Keyserling era natural de Curlandia (hoy en Letonia). Nació en el vetusto castillo de Tels-Paddern como vástago de una aristocrática familia de Junkers prusianos. El décimo de doce hermanos tuvo una infancia difícil y marginal; comenzó Derecho pero abandonó los estudios y se dedicó a administrar sus propiedades hasta que, semiarruinado, se alejó de sus tierras curlandesas para terminar recluido en Munich en compañía de tres de sus hermanas. Enfermó de sífilis a los 42 años y se quedó ciego. Solitario e hipersensible se refugió en el mundo de los recuerdos de infancia y juventud. Dictaba sus novelas a alguna de sus hermanas. Aunque retraído, como otro Marcel Proust, su enfermedad no le impidió participar a veces de la vida literaria del bohemio Munich, donde coincidió con un joven Thomas Mann o con la irresistible Franziska von Reventlow.
Los personajes de Keyserling son aristócratas prusianos, estirpe en extinción con la Gran Guerra; viven en el campo en suntuosos castillos rurales; dan fiestas para casar a sus guapas hijas con refinados señoritos o atildados oficiales; bajo la aparente  cotidianidad todos son más o menos desgraciados, felices sólo cuando las pasiones los reviven y los sacan de sus esferas de comodidad y nadería. Keyserling describe sus amoríos, adulterios, ilusiones, desdichas, algún suicidio o mucha resignación; y todo ello envuelto en nostálgicas reminiscencias de un paisaje magnífico; las estaciones, con sus colores y aromas —las novelas de Keyserling se desarrollan en entornos rurales, jamás en la ciudad—, embriagan al lector que ve ante él inmensos campos de cereal, bosques tupidos y suaves o extensas llanuras nevadas iluminadas por un gélido claro de luna.
Quien comienza a leer a Keyserling, tal y como sucede con otros grandes autores —como Stefan Zweig, Joseph Roth, Sándor Márai o Irene Némirowsky— leerá todo lo que de él caiga en sus manos, pues cada una de sus narraciones incita a devorar las demás.
Casas en el crepúsculo cuenta la historia de la bella baronesa Fastrade y del barón Von Egloff, almas inquietas en medio de un mundo de tedio y soledad, de rígidas costumbres que deben ser acatadas o deshechas sin escrúpulos. Beate y Mareille participa del mismo ambiente entre bucólico y asfixiante; ahora es el impulsivo Günther von Tarniff, quien, al enamorarse de una célebre cantante de baja cuna, pone en juego la aburrida paz de su aristocrático matrimonio; una armonía matrimonial que apresa sin remedio al protagonista del relato homónimo, casado con una esposa hipocondríaca, y ávido de un poco de vida sana y feliz. Y otro excelente relato: “Nicky”; esta vez, es una bella dama la que está a punto de ser seducida por un excéntrico pianista, mas el marido de ella tiene que partir al frente: ha estallado la Gran Guerra. Los niños de los bellos días fue la última novela de Keyserling. De nuevo el verano, el amor sutilísimo y determinante, los celos y ese anhelo de vivir algo novedoso que ilumine lo cotidiano. Hoy las novelas de Keyserling nos transportan a un mundo caduco que él convierte en algo real y tangible. Bello y triste como una puesta de sol abrasadora, malsano como un apetitoso pecado. Una delicia leer a Keyserling.    Luis Fernando Moreno Claros

Los libros a los que me refiero en la reseña son éstos:  

Casas en el crepúsculo, traducción de Constanza Pelechá Vela, Erasmus, Barcelona, 2011, 182 páginas, 19 euros.
Otoño en Berlín (Beate y Mareille), traducción de Carlos Fortea, Nocturna, Madrid, 2011, 158 páginas, 16 euros.
Los niños de los bellos días, traducción de Carlos Fortea, Nocturna, Madrid, 2011, 126 páginas, 14 euros.
Armonía y Nicky, traducción y prólogo de Xandru Fernández, Navona, Barcelona, 2011, 154 páginas, 8,30 euros.


Después de los títulos mencionados, la editorial Nocturna ha publicado otra novela "crepuscular", tan fascinante en su melancolía como las anteriores: Dumala. Quizás sea ésta una de las más hermosas debido al ambiente invernal, a la aislada soledad de sus personajes en una mundo perdido y a las pasiones desatadas que los acometen; pero, además, también a esa gran sorpresa que arrebata al lector en uno de los episodios más logrados de un relato que es todo él redondo y magistral. Pero no descubriré nada. ¡Hay que leerla! 

 Texto de contraportada de Dumala:

Un triángulo amoroso en un palacio que siempre se halla bajo la nieve

Tres hombres compiten por la bella Karola: un joven y altivo poeta, un religioso con dudas y un barón de oscuras intenciones. Cuando la tensión se vuelva insoportable, uno de ellos se descubrirá cometiendo un acto tan vil como sorprendente.
Ambientada en el gélido invierno báltico, Dumala es una perturbadora novela de Eduard von Keyserling —conocido como el escritor impresionista por la delicadeza de su estilo— sobre el deseo y el peligro de los celos.

«Bello y triste como una puesta de sol abrasadora, malsano como un apetitoso pecado. Una delicia leer a Keyserling».

Luis F. Moreno Claros (El País)

«Keyserling no sólo representa un fin de siglo cronológico, sino que descubre el final de un mundo».

Manuel Hidalgo (El Mundo)

«Eduard von Keyserling siempre será amado y siempre gustará».

Thomas Mann

Recientemente la editorial Navona ha reunido en un volumen titulado Novelas bálticas cuatro novelas cortas de Keyserling: "Armonía", "Aquel sofocante verano", "Nicky" y "Un rincón apacible". Traducciones de Xandru Fernández y Mirian Dauster.


Un volumen muy recomendable para empezar con Keyserling, aunque cualquiera de sus novelas lo es. ¡Y aún faltan varias por traducir!




1 comentario:

Baruch dijo...

¡Qué buenos tus comentarios sobre este autor! A mí también me gusta muchísimo, y desde luego comparto tu opinión sobre Dumala: un disfrute extraordinario para la imaginación, los sentidos y para el intelecto, porque da pie a jugosas reflexiones sobre la lucha entre moralidad y destino.
Un saludo de tu amigo Baruch.